Comentario del Evangelio de hoy (Jn 20, 2-8)
«Vio y creyó». Cuando los pastores llegaron al pesebre
vieron y creyeron. Los discípulos llegaron al sepulcro. Cuando hubo entrado
Pedro, lo hizo después Juan, entonces: vio
y creyó. Los ojos del alma "ven" más que miran. Se implican porque
aman, penetran sin prejuicios en la verdad de lo que pasa. Saben reconocer. Son
unos ojos sencillos y humildes. "Ven" porque creen. Confían. Se
adhieren con toda su vida. Son ojos que acogen. Los hay que seguirán mirando al
niño con sus padres en un pesebre y no "ven" lo que hay que ver; y
unos lienzos tendidos en el suelo del sepulcro y el sudario enrollado aparte en
el vacío del cuerpo; mirarán sin "ver", desde la puerta del sepulcro,
o parados en el portal. Nunca creerán. Se complican mucho la vida en cosas e
ideas, la tienen bien agarrada a sus seguridades sin alcanzar a ver nada más
que sus seguridades. Imposible que "vean". No se atreven a adentrarse
en el misterio de lo que acontece. «Creo que en cada cosita que Dios crió hay
más de lo que se entiende, aunque sea una hormiguita» (4 Moradas 2,2, Teresa de
Jesús). Y ahí siguen las hormiguitas, un niño en un pesebre, y un sepulcro
vacío.
¿Nos quedaremos mirando sin "ver"?
G. y P.
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Imagen: San Juan Evangelista (1609), El Greco. Museo del Prado.
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Imagen: San Juan Evangelista (1609), El Greco. Museo del Prado.
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