Misa del Parto


Medianoche. Tocan las campanas por lo que tiene que suceder. Entramos en la iglesia y es entrar en aquel tiempo en espera de lo prometido: «Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7,14). ¿Qué pasa? Parece que tarda en llegar. José, el marido de María, fue al pueblo en busca de una partera, pero a estas horas todo Belén está dormido y es difícil encontrar a alguien que le diga. Así que vinieron los ángeles a ayudar, se les veía  trajinando con lo necesario. Nos pidieron que cantásemos y rezásemos. De vez en cuando se asomaba un ángel para decirnos que todo iba bien. Finalmente, se escuchó llorar también reír, todo salió según la profecía. El ángel del Señor nos dio la enhorabuena porque «hoy os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor» (Lc 2,11). Y nos pusimos a cantar más fuerte, en todo el mundo se escuchó nuestra melodía, atravesó la atmósfera hasta el espacio interestelar y las estrellas brillaron con más intensidad, la música de las esferas se unió a la música de la tierra. Esa noche todo el universo cantó y danzó la gloria de su nacimiento. El ángel nos dio las gracias por nuestra colaboración, mostró al recién nacido y nos pidió silencio, la Madre y el Niño necesitaban descansar ‘pues mañana, ya hoy, empieza todo’. Con estas enigmáticas palabras nos despidió y el sacerdote dio por finalizada la celebración. Pero la fiesta continuaría en los salones parroquiales. De camino, oímos el grito de júbilo de José que llegaba junto a María y el Niño.

 «Para que en el vacilante
intervalo,
para que en lo oscuro haya algo
  aferrable»1.
Dios envió a su hijo.

                                                                           carminis

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   1 Friedrich Hördelin.
      Imagen: La Virgen de la aldea (1942), Marc Chagall. Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.

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