I Domingo de Cuaresma



(Mc 1,12-15):

         El designio de Dios al crearnos era compartir su amor en plenitud a una criatura capaz de amar en libertad. Para ello, sólo podía crear un universo finito, pero con suficiente dinamismo y tiempo para que surgiera en él una criatura capaz de conocimiento y libertad, y a la que mediante su Espíritu creador la haría capaz de un amor en libertad como el Suyo.

         Que el ser humano se sirviera de su libertad para preferir el "dominio" al amor, para endiosarse en lugar de recibir de Dios su amorosa divinización y amistad, no llevó a Dios a arrepentirse de haber creado al hombre (conclusión del relato del Diluvio), sino que comenzó un trabajo educador de la humanidad para salvar su designio de Alianza con sus humanas criaturas (un signo cósmico como el Arcoíris significaría la bonanza divina después de cada tormenta, su reiterada voluntad de Alianza con la entera humanidad).

            Debía Dios correr el riesgo de la libertad del hombre para poder recuperarlo y reeducarlo hacia la grandeza divina de una libertad entregada en amor. Lo había creado capaz de dicha entrega. Pero, en su finitud y en sus necesidades, los seres humanos sufrían muy diversas tentaciones en las que caían, prefiriendo la seguridad a la confianza, el poder y dominio a la cooperación amorosa y fraterna; prefirieron poseer al otro en lugar de amarlo, permitiendo su libertad para corresponder en amor, deseando su libertad, para que si amaba lo hiciera regalando libertad, haciendo crecer al otro, permitiendo ser al otro, alegrándose con el bien del otro. ¿Qué otra cosa era si no el amor?

          Mucho le costó a Dios la reeducación ya solo de unos pocos, en función de todos los otros. Comenzó haciendo experimentar su voluntad de Alianza a Abrahán, Moisés, David y los profetas. La revelación personal del amor de Dios al hombre era la única "salvación de lo humano", para que no se echara a perder. 

Al fin, vino Dios en la persona de su Hijo Jesús, y quiso solidarizarse con nosotros, sufriendo las mismas tentaciones que nosotros, para mostrarnos el modo de vencerlas. Las vencía pero las sufría, voluntariamente las sintió. Pedimos a Dios, no que nos libre de las tentaciones, sino que nos libre de caer en ellas. Para ello deberemos dejarnos "reeducar" por el Único Maestro, su Hijo Jesús.

J.V.T.

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Imagen: Composición IV (1911), Wassily  Kandinski.


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