El día del enamorado

  

Amor1
 (III)

El Amor me dio la bienvenida, sin embargo 
mi alma  retrocedió culpable de polvo y pecado.
Mas el Amor atento, viendo crecer mi rechazo
desde el primer momento,
se acercó hasta mí, preguntando dulcemente
si me faltaba algo.

"Un invitado" respondí, "que merezca estar aquí".
 "Tú lo serás”, dijo él.
"¿Yo, el malo, el ingrato?
Yo no puedo ni mirarte”.
El Amor tomó mi mano y sonriendo contestó:
"¿Quién hizo tus ojos sino yo?".

"Cierto, Señor, pero yo los eché a perder;
deja que mi vergüenza me lleve donde merezco”.
"¿Acaso no sabes", preguntó el Amor, "quién carga tu culpa?".
"¡Querido! Yo te serviré”.
“Sólo debes sentarte" dijo, "y probar mi carne”.
Y me senté a comer.


Cada vez que vamos a misa nos sucede lo que cuenta el poema, y lo que puede ser descuidado, abandonado, y más, maltratado, rechazado por el mundo: nosotros, nosotros –todos– estamos invitados a compartir su vida y su alimento. Es una fiesta, un banquete. Un privilegio de eucaristía. Su amor no tiene concepto, se comunica sintiéndose amado, y entonces, al menos una vez a la semana, te das cuenta de eso de «vivir el gozo anticipado».

Somos hermanos, nos unen el enamoramiento y el enamorado, daos cuenta: tener fe es estar enamorados. Ciertamente somos polvo, «recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás», dice la voz del miércoles de ceniza, tiene sentido si… Polvo seremos, mas polvo enamorado. Amor constante más allá de la muerte2, supongo que constante es su presente eterno, adonde volveremos sin habernos marchado.


carminis


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1George Herbert (1593–1633). Sacerdote, orador y poeta, uno de grandes poetas metafísicos ingleses. Simone Weil solía recitar este poema durante sus agudas crisis de jaqueca: «Fue en el curso de una de esas recitaciones cuando Cristo mismo descendió y me tomó».
2 Soneto de Fco. de Quevedo considerado como uno de los mejores  en lengua castellana. Los dos últimos versos se parafrasean en el texto: ‘Serán ceniza, mas tendrá sentido; / Polvo serán, mas polvo enamorado’.

Imagen: Rostro de Jesús (1650), Rembrandt

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