Gentes de la superficie
«Desde el
centro del mundo, en el que Él se adentró al morir, construyen las nuevas
fuerzas una tierra transfigurada. En lo más profundo de la realidad ya han sido
vencidos el pecado, la banalidad y la muerte.
Pero se requiere todavía el pequeño tiempo que llamamos la "historia después de Cristo" hasta que en todas partes, y no sólo en su cuerpo, se deje ver lo que ya ha acontecido realmente.
Porque Él no comenzó a salvar, a curar, a transfigurar el mundo en los síntomas de la superficie, sino en las raíces más internas. Nosotros, gentes de la superficie, pensamos que no ha pasado nada.
Pero se requiere todavía el pequeño tiempo que llamamos la "historia después de Cristo" hasta que en todas partes, y no sólo en su cuerpo, se deje ver lo que ya ha acontecido realmente.
Porque Él no comenzó a salvar, a curar, a transfigurar el mundo en los síntomas de la superficie, sino en las raíces más internas. Nosotros, gentes de la superficie, pensamos que no ha pasado nada.
Porque aún siguen corriendo las aguas del sufrimiento y de la culpa, suponemos que aún no ha sido vencido el manantial del que brotan.
Porque
la maldad sigue trazando arrugas en el rostro de la tierra, deducimos que en el
corazón más profundo de la realidad ha muerto el amor. Pero todo es apariencia,
aunque la tomemos por la realidad de la vida…
Resucitado,
está en el esfuerzo anónimo de todas las criaturas que, sin saberlo, se
esfuerzan por participar en la glorificación de su cuerpo. Está en cada lágrima
y en cada muerte como el júbilo y la vida escondidos que vencen cuando parecen
morir.
Por
eso nosotros, hijos de esta tierra, tenemos que amarla. Aunque sea todavía
terrible y nos torture con su penuria y su sometimiento a la muerte»* (Karl Rahner).
Bendito sea el Señor que
resucita a los muertos y a los vivos.
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Imagen: Cristo en el limbo
(1867), Paul Cézanne. Museo d'Orsay,
Paris.
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