V Domingo de Cuaresma
(Jn 12, 20-33):
Se
nos anuncia la nueva y definitiva Alianza que Dios hará posible mediante su
Espíritu. Cuando conoceremos la voluntad de Dios escrita en nuestros corazones.
Todos podrán conocerle desde dentro de ellos mismos, los pecados serán
perdonados, la libertad humana querrá humanamente lo que Dios quiere: la
plenitud de lo humano. Para empezar, eso es lo que aconteció en Jesús y ahora,
tan unidos a Jesús como podamos, ha de ir aconteciendo en cada uno de
nosotros.
Para enderezar nuestra vida hacia dicha plenitud que es Dios para el
hombre, deberemos ir más allá de lo que sintamos en nuestra carne y sangre, en
nuestro cuerpo y alma. Escucharemos lo que la vida nos hace sentir pero no nos
quedaremos en ello ni siempre le obedeceremos. Deberemos discernir. Iremos más
allá del sentir hacia la elección libre de lo que verdaderamente me hace
humano, lo que conviene más a los humanos, lo que puede redimir lo humano
salvando nuestra humanidad. Elegiremos libremente la plenitud que Dios quiere
ser para nosotros. Querremos humanamente lo que Dios quiere. Eso es lo que hizo
Jesús.
Siendo
como era Hijo de Dios desde la eternidad divina, aprendió, por todo lo que gozó
y padeció, también en la escuela del dolor, lo que significaba ser Hijo pero,
ahora, desde el lado de los humanos. Hizo la experiencia que hacemos los
humanos en este mundo que nos deshumaniza, por la injusticia y la violencia
reinante. En cambio, no obedeció a cuanto nos deshumaniza sino ejerció su
libertad para el amor, demostrando que el amor era más fuerte que la muerte y
la injusticia, más fuerte que la angustia o que, simplemente, el sentir. Encajó
su propia muerte para ser fecundo, para generar mucha vida en nosotros. Por
eso, habló del grano de trigo que ha de caer en la tierra y morir para que
pueda dar fruto abundante.
Sí,
conoció como nosotros la angustia mortal, pasó por una profunda turbación
cuando contempló la proximidad de su muerte injusta, a causa de que los hombres
preferirían mantener su poder a abrirse al amor, a un Dios de amor. “Me
encuentro ahora profundamente turbado. Pero, ¿qué diré: Padre, líbrame de esta
hora? ¡Si precisamente he venido para vivir esta hora!” Es la hora de la
verdad, en que todo ser humano ha de estar a la altura de su dignidad,
venciendo toda angustia u otro sentimiento, elegir seguir amando pase lo que
pase en su vida, pase lo que pase con su vida.
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Imagen: Éxodo (1966), Marc Chagall
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