III Domingo de Pascua
(Lc 24, 35-48):
Jesús resucitado sale al encuentro en diversas circunstancias a unos u otros de sus discípulos. A las mujeres y a los discípulos que se quedaron en Jerusalén, escondidos por miedo de los mismos que habían condenado a Jesús. A dos discípulos de vuelta a su casa en Emaús. A Tomás expresamente porque no se lo acaba de creer. A un grupo de discípulos que se habían marchado a Galilea y volvían a la pesca. Y hoy, de nuevo, a un grupo de ellos y ellas en Jerusalén. Les cuesta creer que es Jesús pero les convence de que no se trata de un fantasma, pues está con ellos la persona humana que habían conocido, aunque ahora ciertamente transfigurada en su cuerpo de resucitado. Con su presencia les hace comprender que es el mismo que habían crucificado días antes, y que, por tanto, no había muerto como maldito de Dios, sino como habían intuido antes de su pasión, Jesús era el Bendito de Dios, el Bendito que viene en nombre de Dios, quien al visitarnos vino a redimir a su pueblo y a cuantos creyeran en Él.
Al final del texto de hoy, escuchamos de boca de Jesús: “Vosotros sois testigos de esto”. Hoy es un día adecuado para preguntarnos si nosotros continuamos el testimonio de los apóstoles, si también de nosotros podría decirse que somos testigos de Jesús resucitado, porque si creemos en Él y lo amamos, deberíamos anunciarle a quienes no le conocen o se han distanciado de la fe. Creer en Jesús es dar testimonio de vida y de palabra de lo que significa para nosotros y de lo que cambia la vida si caminamos con Él, como alguien que ahora está vivo y salva lo humano. Creer hoy es llevar esta noticia feliz a los jóvenes y a los alejados.
J.V.T.
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Imagen: Jesús y los apóstoles (1937-38), George Rouault.
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