La Ascensión del Señor



(Mc 16,15-20):

La Ascensión del Señor, ¿cuál es su significado profundo? Confirma la verdad de la Encarnación del Hijo de Dios en Jesús de Nazaret, en una vida auténticamente humana, que tiene su límite temporal pero que basta para alcanzar una plenitud en la tierra y en el cielo, trascendente. “¡Os conviene que yo me vaya!” Si Jesús no se fuera nunca, quitaría el valor de la vida del hombre sobre la tierra. Sería una vida necesitada de tutela continua, incapaz de verdadera responsabilidad y libertad. Si esta vida nuestra a pesar de los pesares merece la pena ser vivida, hemos de vivirla nosotros en libertad, y nos basta la presencia del Espíritu Santo en nosotros y en la comunidad humana y eclesial. Es una presencia la del Espíritu Santo, que no sustituye a nuestro espíritu inteligente y libre, sino que nos mueve al discernimiento y a la responsabilidad, al diálogo y a la búsqueda de la comunión.

            Por tanto, la estampa de la Ascensión de Jesús a los cielos ante el asombro de sus discípulos nos dice que ahora es el tiempo de los discípulos, el tiempo del Espíritu, el tiempo de la Iglesia. Tiempo del mandato misionero: “Id, ahora, vosotros, y proclamad la buena noticia a todos los pueblos, y de entre todos los pueblos id haciendo nuevos discípulos, que asuman sobre sus hombros y su corazón la carga de la redención, el estar unos “por” otros, el vivir y morir unos “por” otros, para la vida del mundo, para que la alegría de cada criatura humana llegue a su plenitud. Misterio de la redención, que garantiza Jesús, pero no se realiza sin nosotros. Por eso, “discípulos misioneros”; somos discípulos evangelizadores; discípulos que, a su vez, buscan invitar a otros a hacerse discípulos de Jesús, para la redención de lo humano, siempre en riesgo de echarse a perder, una y otra vez.


J.V.T.


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Icono: La Ascensión de Jesucristo (1408), Andréi Rubliov.



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