La familia de sangre y la familia de elección
(Mc 3, 20-35):
La humanidad ha crecido de padres a hijos. Todos somos descendientes de Adán y Eva. Estos dos nombres son los que damos a quienes comenzaron a ser humanos en la historia de la evolución de las especies animales. Algunos seres humanos comenzaron a tomar conciencia de su libertad y responsabilidad, de su finitud y falibilidad, porque podemos fallar y podemos acertar. Y cuando fallamos vienen las excusas y culpabilizar al otro. Recordad qué pronto los niños aprenden a decir “yo no he sido”, “yo no”, “ha sido él”. Los niños… ¡Y los mayores! Es lo que nos dice el relato de Adán y Eva.
La humanidad ha crecido de padres a hijos. Todos somos descendientes de Adán y Eva. Estos dos nombres son los que damos a quienes comenzaron a ser humanos en la historia de la evolución de las especies animales. Algunos seres humanos comenzaron a tomar conciencia de su libertad y responsabilidad, de su finitud y falibilidad, porque podemos fallar y podemos acertar. Y cuando fallamos vienen las excusas y culpabilizar al otro. Recordad qué pronto los niños aprenden a decir “yo no he sido”, “yo no”, “ha sido él”. Los niños… ¡Y los mayores! Es lo que nos dice el relato de Adán y Eva.
La familia de sangre crea vínculos de
defensa y protección, y los miedos al nacer a la vida le llevan a buscar seguridad.
Así lo vemos en el evangelio de Marcos: Al enterarse la familia de Jesús de que
muchísima gente iba tras él, sintieron miedo y fueron a llevárselo a casa,
“porque creían que estaba fuera de sí”. Para agravarlo unos Escribas, doctores
de la Ley, difunden que “tiene dentro a Belcebú y expulsa a los demonios con el
poder del jefe de los demonios”. ¿Cómo no asustarse y tratar de proteger el
honor de la familia?
Pero hay otra posibilidad. Dejar de
habitar la casa de los miedos y pasar a habitar la Casa de la confianza. Los
hombres, las generaciones, los siglos no podemos garantizar tanta confianza
como la que necesitamos los seres humanos. Viene Jesús y nos invita a confiar
en el misterio que nos envuelve y a confiar porque dicho misterio es benigno,
como “Padre nuestro que deshace los miedos de sus hijos”. Nos parecerá que la
realidad que nos rodea es abrumadora, y nos cuesta confiar. Pero podemos
aceptar la confianza que inspira Jesús, su espíritu no es nada maligno, su
Espíritu es Santo. Y Jesús nos dice que sabe muy bien quiénes componen su
familia de sangre y los miedos que les mueven. Pero él abre desde Dios una
nueva familia, son los que se preguntan por la voluntad de Dios y se arriesgan
a confiar en Él: “Éstos son mi madre y mis hermanos”.
Al crecer creamos nuevas familias con
las parejas o los amigos que elegimos o nos eligen. Son familias de elección.
Elegimos vínculos libres con nuevas familias. Hay una familia abierta por Jesús
para la que él nos ha elegido como hermanos y hermanas, capaces de una
maternidad/paternidad espiritual, de una fecundidad de vida y amor,
especialmente por los más frágiles y vulnerables. Puedes pasarte a vivir en
casa de Jesús, habitarás en la “Casa de la confianza”, lejos ya de tus miedos.
En cada eucaristía te encuentras con la familia de Jesús, merece la pena que
sea tu verdadera familia de elección. Hagamos familia humana, al estilo de
Jesús.
J.V.T.
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Imagen: Cristo en casa de Marta María (1655), Johannes Vermeer. Nacional Gallery of Scotland, Edimburgo (UK).
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