Retiro espiritual de septiembre en San Lázaro


Retiro espiritual de septiembre en San Lázaro, 16-09-2018.

El deísmo y el teísmo de los tiempos modernos responden a esta pregunta:
¿”Cuánto Dios” necesita el hombre para no correr el riesgo de caer en la nada, para que no nos asalte el miedo ante el vacío? Porque a muchos les bastará con ese poco de dios, será suficiente, a  fin de que Dios no perturbe el mundo, ni a nosotros. Tenemos bastante dios con el que tenemos, y no nos hace falta ni un cachito más.

Y el ateísmo y el agnosticismo de los tiempos modernos responderían a esta pregunta:
¿Cuántas aficiones, ocupaciones, agrupaciones, “ídolos” modernos o “causas humanitarias”, necesita el hombre para no caer en el nihilismo consecuente de la creencia en que Dios no existe? Cierto, sin Dios, aún nos quedan muchos sentidos, al menos fragmentos de sentido, por los que vivir; no nos faltan esperanzas, al menos pequeñas esperanzas, que vamos cumpliendo; disponemos de muchos remedios o soluciones, incluso hasta en el final.

¡Cuán difundida están aún estas maneras de creer que Dios existe y no pasa mucho; o de creer que Dios no existe y no nos falta marcha! En cambio, santos y grandes pensadores tomaron en serio la existencia o no existencia de Dios, y sí que pasaba algo, o mucho.

De las serias consecuencias de la no existencia de Dios se enteraron bien Dostoievski (todo está permitido), Nietzsche (voluntad de poder) y Heidegger (ser para la muerte), etc. De las serias consecuencias de la existencia de Dios se enteraron bien San Agustín, Santo Tomás, Kierkegaard, Carlos de Foucauld, etc.

Comprender a Dios es imposible para cualquier ser humano, espíritu creado. Pero “tocar a Dios con el espíritu”, como quiera que ello pueda ocurrir, constituye la mayor bienaventuranza (Tomás de Aquino).

No podemos comprender a Dios (Agustín). Si lo comprendiéramos, eso que habríamos comprendido ya no sería Dios. Pero sí que podemos comprender que Dios debe existir (Santo Tomás y Kant), y movidos cada uno por una cosa u otra acabar creyendo, en libertad, que Dios existe.

Se les puede pedir a los creyentes el vivir coherentemente esa fe en la existencia de Dios, porque la gloria de Dios es que el hombre viva; en cambio no se les puede pedir a los ateos que vivan con coherencia su ateísmo y nihilismo pues sería la muerte del hombre.

Recordemos a nuestro Beato Carlos de Foucauld nos dirá:
«Tan pronto como creí que había un Dios, comprendí que no podía hacer otra cosa sino vivir para Él: mi vocación religiosa data de la misma hora que mi fe: ¡Dios es tan grande! ¡Es tal la diferencia entre Dios y todo aquello que no es Él! [...] Yo deseaba ser religioso, no vivir más que para Dios y hacer aquello que fuera lo más perfecto, sin importar qué... Mi confesor me hizo esperar tres años; [...] yo mismo no sabía qué orden elegir: el Evangelio me mostró que «el primer mandamiento consiste en amar a Dios con todo el corazón» y que había que encerrarlo todo en el amor; cada uno sabe que el amor tiene por efecto primero la imitación; quedaba, pues, entrar en la orden donde yo encontrase la más exacta imitación de Jesús. Yo no me sentía hecho para imitar Su vida pública en la predicación: yo debía, por tanto, imitar la vida oculta del humilde y pobre obrero de Nazaret. Me pareció que nada me presentaba mejor esta vida que la Trapa» (Id. Lettres à Henry de Castries, París 1938, 96-97).

Hoy sabemos que nuestra consagración bautismal a Dios es suficiente para pedirnos una radicalidad como la de Carlos de Foucauld, sin que todos debamos hacer los votos de la vida religiosa consagrada. The day after, el día después de creer, no todos lo resolvieron entrando en un monasterio o asumiendo una consagración religiosa. Sí, pero hay que sacar a los cristianos de su letargo y comodidad, que les mantienen en la superficialidad y hasta en el consumismo religioso; y hay que hacerlo radicalizando la fe cristiana desde la perspectiva de que en ella nos va la vida o la muerte. ¿Cuándo nos cansaremos de tener a Dios como un elemento decorativo que queda bien en nuestra vida, vida que no se distingue gran cosa de quienes dicen no creer en Él?

Santa Teresa de Jesús nos diría: Si queréis tomar en serio a Dios para que sea toda vuestra alegría y plenitud, la puerta de entrada es la oración, y el camino al que os abre pronto o tarde os hará conocer la cruz y el amor; no hay que temer, porque será un amor como el que tú te pides. Eso es lo que contempló Teresa en la humanidad crucificada y resucitada de Jesús.

El Dios realmente existente acontece en nuestro mundo y nuestra historia, no podía ser de otra manera, si existía se iba a hacer notar. Si no hubiera acontecido realmente y personalmente en la historia seguiríamos barruntando e imaginando cómo es Dios, o si son muchos dioses, o si nos basta con el Uno y el Todo, el Vacío o la Nada. Pero nosotros cristianos no podemos ignorar ya que Dios ha acontecido en Abraham, Moisés y en Jesús.

Y en Jesús nos ha salido al encuentro Dios, de un modo tan radicalmente personal que no nos deja indiferentes: o nos defendemos y nos protegemos de él, o si nos atrevemos a entrar en comunicación con él pronto vemos que se nos pide todo, que toda nuestra vida se reordena desde él, todo empieza a tener pleno sentido, incluso los fracasos y pecados del hombre, y nuestras esperanzas están bien fundadas en él.

Dios existe, lo hemos visto personalmente en Jesús, es real y es persona que nos dirige su palabra de amor personal, y nos pide amor. Parece mentira, pero todo, toda mi vida, todo el universo en todos sus dinamismos inabarcables, en toda su historia y evolución, todas las ciencias y tecnología, todo se sintetiza en estas palabras que Dios en Jesús me dirige a mí personalmente: “¿Me amas…? Pues ama a tus hermanos”. Y basta. Y ya está. Ahí está todo, con la pregunta y con la conclusión.

Para escucharla, asimilarla, seguirla y conocer la felicidad y el bien a donde me lleva y lleva a mis hermanos, debo dedicarle tiempo, tiempo para Jesús, tiempo para Dios, debo buscarle a él, debo dejarme interpelar por él, dejarle hablar a él, debo esperar lo que haga falta para escucharle, debo vencer la tentación de escapar a mis cosas, a mis deberes, a mis placeres, a mis obligaciones, a mi mundo. Y ese tiempo para él, todos los días, cada día, aún buscarle, ciertos de que él nos esperaba, de que su Espíritu nos atraía y nos movía hacia él, de que el Padre salía a abrazarnos.

Para el día de después que uno dice que cree, si es consecuente con lo que dice, no dejará de buscar estar y hablar con el Dios vivo que le espera. Y si pasamos por una época de sequía espiritual, entonces es cuando más hay que regar el huerto y no dejar la oración personal y la eucaristía comunitaria.  Se ha dicho que no son los judíos los que han mantenido el “sábado” sino el “sábado” a los judíos…

Para los cristianos Dios no sólo existe sino que se nos entrega en la palabra y el pan de Jesús compartido de la eucaristía dominical, y permanece entregado en el pan consagrado y en los rostros que nos interpelan. Él se nos ha dado y queda a la espera…

Para comenzar entrando por la puerta de la oración, las bases están en la fe y la confianza, fe en la presencia del Dios vivo en Jesús y en el Espíritu que me habita, confianza en que estamos en buenas manos, fe en que Dios desea comunicarse conmigo y es una gracia que yo desee comunicarme con Él, fidelidad sostenida por dicha fe y confianza… Es lo que nos aconseja Jacques Philippe en su libro Tiempo de Oración (está en internet). Le seguiremos en este curso de retiros.



J.V.T.

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La luz del mundo (1853), William Holman Hunt.

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