Entramos en Cuaresma
Cuaresma y alegría no suelen ir juntas. Pero ahora gracias al Papa que nos ha
enviado el Espíritu Santo, todos los cristianos debemos ser conscientes que
llevamos un tesoro, la alegría del Evangelio, la buena noticia de que Dios no
tropieza con nuestros pecados y sólo nos pide la conversión a su amor. ¡Qué
inmensa alegría contar con el perdón de Dios! Pero el perdón de Dios es algo
serio, no significa que no pasa nada cuando hacemos mal. Ese mal que hacemos
tiene sus repercusiones sociales. A alguien le hemos hecho mal y se levanta el
sentimiento de culpabilidad. Dios nos perdona quiere decir, no dures mucho en
tu culpabilidad, pide perdón y compensa el mal que hayas hecho, hazte más
humilde, te hará bien, puedes haber hecho mal, pero eso no debe significar tu
hundimiento sino tu conversión, reparación y vuelta a comenzar con renovada
alegría. De todo lo que llevo dicho, lo más difícil es la compensación, la
reparación, lo que se llamaba al final de nuestras confesiones la satisfacción.
Nos hace bien confesarnos, pero debemos pedirnos por dignidad compensar el mal
que hacemos, reparar el mal que hacemos con el bien. Esta es la asignatura
pendiente de nuestras confesiones rituales. No es que Dios las necesite. Las
necesitamos nosotros y aquellos a los que hemos ofendido en su dignidad que
necesitan de nuestra reparación. Aquí está lo que los cristianos debemos
revisar en esta Cuaresma. Cada vez más, nuestro mundo pedirá a los cristianos
“reparación” del mal hecho, y con razón. Gracias a Dios, el mundo nos pide que
seamos santos, y cuando no lo seamos, que seamos humildes en reconocerlo y
reparemos el mal hecho para poder renacer a la alegría y al amor de Dios, es
decir, a la alegría de la reconciliación con nuestros hermanos.
Entrar en la cuaresma es un regalo de Dios. Queremos unirnos a Jesús en su
camino hacia la Pascua. El misterio pascual es un misterio de muerte y
resurrección. En Cuaresma intensificamos nuestra escucha de la Palabra de Dios.
Se acrecienta nuestra fe en que podemos ser transformados en la cruz y
resurrección de Jesús, y vivir como hombres nuevos, mujeres nuevas, renacidos
del Agua y del Espíritu Santo. Las prácticas cuaresmales, el ayuno, la oración
y la limosna nos ayudan a identificarnos con Jesús, porque nos alejamos del
consumismo para compartir lo mucho o poco que tengamos, aprendemos a ser
austeros gozando de lo pequeño y de lo bueno, huimos de los excesos. Sabemos que
sin renuncias no nace nada grande y, por ello, nos ejercitamos con ayunos y
abstinencias no sólo de la carne, sino de tantas otras cosas, que nos tientan y
nos descentran de Dios y del hermano. Por eso oramos. La oración es la memoria
diaria que hacemos de Dios y de su amor, deseamos que su reinado de amor venga
sobre nosotros y alcance a muchos. La limosna, la caridad, la justicia con el
ser humano en su desvalimiento…, ya la vivamos por medio de Cáritas o en medio
de nuestras relaciones humanas, es expresión de nuestro desapego a los bienes
de la tierra para alabar a Dios con todas sus criaturas, con todas, siendo
sensibles a las más necesitadas de nuestra solidaridad, mientras reconocemos
que la creación y la tierra nos la dio Dios no para apropiárnosla, sino para
compartirla y convivir. Entremos en serio en Cuaresma, nos hará bien.
J.V.T.
Imagen: Tentación en el desierto, Briton Rivière (1840-1920).
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