El regreso a casa
Lc 15, 1-32:
«Volver a casa». Este es uno de los
deseos más profundos del ser humano, sobre todo en las personas más mayores
cuando experimentan su gran debilidad y perciben que la vida se les va, y
aunque estén en casa o en casa de sus hijos, piden «llévame a casa». También es un deseo gozoso de cuantos por
necesidad pasan un tiempo fuera de su casa, como los emigrantes,
estudiantes, comerciantes, etc. Pero es un deseo mucho más profundo volver a
casa, cuando se ha equivocado uno en la vida o ha cometido un error que le
duele en su conciencia. Este es el caso que cuenta Jesús en la parábola del
Hijo pródigo, que también podemos llamar la parábola del Padre misericordioso.
Unas veces fuimos el hijo que se fue de casa, otras el hijo que nunca se ha ido
de casa pero vive amargado, y la parábola nos invita a ser como el Padre.
Adoptemos la actitud que más necesitamos en este momento de nuestra vida. Y no
olvidemos que «volver a casa» es un símbolo de mucho
significados, hasta el último que es la vuelta a Dios después de haber
culminado una vida entera.
El padre lo vio marchar, aunque no lo dejará, su amor lo
acompaña; el hijo no sabe que, además del dinero que le dio, lleva con él el amor de su padre, hace que sigan unidos.
Tiempo después, su aventura aconteció drama. Quizás, entonces, escuchó la voz del amor que le recordó que antes
que nada y ante todo es hijo de un padre bueno. Con temor y temblor decidió
volver a casa.
Su padre lo espera sin expectativas, lo ama libremente y no
se avergüenza de su hijo, grita de felicidad al verle porque «una felicidad que no puede comunicarse
no es una felicidad»1.
Dicen que el amor vence sin humillar, en esta historia: amor de
padre, de hijo, muy probablemente de hermano. Amor de Dios.
carminis
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1 Zambrano,
M. (1996). Filosofía y poesía, México: FCE, p. 99
Imagen: El regreso del hijo pródigo (1976),
Marc Chagall.
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