La llamada de las Bienaventuranzas
Mt 5, 3-11:
Una proclamación
audaz imposible de razonar: ¡Felicitar a alguien porque es pobre, llora, pasa
hambre, es perseguido...! He necesitado años y penalidades para responder a
esta llamada, reconocerme pobre y débil, aceptar la imperfecta humanidad que
soy sin vergüenza ni miedo. He necesitado años y que otros me expliquen las
palabras paradójicas de Jesús: “Un modo pleno de ver las circunstancias (...)
dándoles la vuelta invirtiendo así la situación entre ellas y la persona”1. He
necesitado que la fe me ponga en mi sitio para saberme una bienaventurada, una
figura trágica vencida por la sociedad que habito. He necesitado años para
darme cuenta de que todos los nacidos tenemos en común el sufrimiento de
nuestra condición humana.
Creo que la primera
bienaventuranza es el punto de partida: tener espíritu de pobre para comprender
de qué va la vida, y vivirla desinteresadamente como un compromiso de amor y
experimentar la misteriosa cercanía de lo divino, sentir su proximidad
vivificante. Pero he necesitado y necesito escucharme a diario que desposeerme
hasta de mi nombre no es algo terrible ni absurdo, tampoco heroico, solo la
manera elemental para que en esta tierra pueda alcanzar la plenitud, y que nada
ni nadie me la puede arrebatar si Él está conmigo.
carminis
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1 Cfr. M. Zambrano, Los bienaventurados , Siruela, Madrid, 2004, 2ª ed, p.60.Imagen: Los pobres (1868), Vincent van Gogh.
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