Besar el pan y hacerse pan
Los mayores aún aprendimos de nuestros padres a besar el
pan. Se hacía porque el pan tenía un valor simbólico como el alimento básico de
las familias. No volverá el gesto en las nuevas generaciones. No sobraba el
pan. Ni el pan estaba de sobra, como sucede hoy en tantas comidas modernas. Con
un mendrugo de pan y un vaso de leche, aunque fuera la leche en polvo de
aquellos tiempos ya lejanos, almorzábamos y marchábamos al colegio. ¡Cómo no
besar el pan! Al igual que algunos educáis a rezar antes de la comida,
podríamos cerrar esa oración tomando el trozo de pan, aunque fuera pequeño, y
besarlo, dándole todo el sentido de alimento básico en las cultures del trigo,
símbolo de la necesidad de alimentarse para vivir, y memoria de cuantos no
tienen qué comer.
¿Pero qué puede significar hacerse pan? Jesús se nos
ofrece como pan de vida. Hacerse pan es hacer de su vida alimento a digerir
hasta hacerse carne de nuestra carne, vida de nuestra vida, crecer con sus
nutrientes, la vida de Dios y la vida según el Evangelio. Y, además, el gran
destino del pan es partirlo para repartirlo y compartirlo. Entonces, el tomar “el
pan de vida” que es la vida de Jesús y su personal entrega a nosotros,
significa que asumimos ese destino, romper en pedazos nuestra vida para
repartirnos a los demás y compartir la vida plena, que recibimos de Jesús. De
alguna forma es dejarse triturar por los demás para convertir nuestras vidas en
nutrientes que fortalezcan a los débiles y humanicen a los fuertes.
Por eso Jesús acaba diciendo: Yo soy el pan de vida,
vuestros padres conocieron el hambre y la sed, y recibieron de Dios un alimento
que sólo de momento saciaba, y necesitaban de él al día siguiente. Yo soy el
pan vivo que os llega definitivamente desde Dios; el que coma de este pan le
dará vida para siempre. Y, completa, “el pan que yo os daré es mi carne para la
vida del mundo”. En efecto, la carne de Jesús es la carne de Dios, es el hijo
de Dios hecho carne, humanidad, filiación, fraternidad, dignidad humana, pero
en la debilidad, fragilidad, vulnerabilidad y mortalidad. Esa carne de Dios da
valor y dignidad eterna a nuestra carne. Es carne sustentada por un ser
espiritual como es el ser humano y, a la vez, es la carne que sostiene todo
nuestro ser espiritual finito.
Por muy perecedera y amenazada que aparezca nuestra vida
personal en esta carne humana, somos carne redimida para la eternidad, carne de
resurrección. Si Jesús aquí en la tierra vivió totalmente por su Padre y su
Espíritu, le comunicaban su vida y amor eterno, quien reciba esta vida de Jesús
aprenderá a vivir plenamente por Él, se trascenderá en una vida amorosa ya no
perecedera, eterna. No hay miedo, pues, de hacerse pan destinado a ser partido,
repartido, triturado, molido, compartido, consumido… si todo ello fuera para la
vida de los seres humanos que aún no conocen la vida eterna. “Besemos el pan”
para que el gesto nos lleve a “hacernos pan de vida”, como Jesús, para la vida
del mundo.
J.V.T.
Imagen: ¡Qué dignidad ser trigo! (1985), Isabel Guerra.
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