La Palabra


El valor de la Palabra que da vida y sentido (XV del Tiempo Ordinario)

La filosofía llama palabra “performativa” a la palabra que “dice y hace”, que al pronunciarla crea la realidad. Es un tema muy conocido en la literatura bíblica. “Dijo Dios: ‘Exista la luz’; y la luz existió” (Gn 1,3). También sucede en el lenguaje sacramental: alguien dice “yo me entrego a ti, como esposa/o…” y nace una realidad nueva que se llama matrimonio, que antes de esa palabra no existía, con valor jurídico, económico, social, religioso. Y hoy escuchamos que como baja la lluvia del cielo y empapa la tierra, la fecunda y la hace germinar semillas, y luego cuando se evapora y se hacen nubes, vuelve al cielo habiendo generado vida en la tierra, del mismo modo, la Palabra de Dios que sale de su boca no vuelve a Él vacía, sino cumple su deseo y realiza su encargo (Is 55,10-11). Es la Palabra creadora y dadora de vida.

La Palabra de Dios crea realidad nueva y da la vida en la creación y al ser humano. Porque la creación entera estuvo expectante, a la espera de la aparición de los hijos de Dios (cf. Rom 8,19); eran los hijos capaces de “la palabra”, capaces de responder “amén”, “hágase”, “Señor, tú lo conoces todo, tú sabes que te amo”. Toda la historia del universo, y los siglos de evolución de la energía y materia, parece finalizada a dar a luz la vida y, por medio de la palabra humana, la vida inteligente, libre y social. Tiempos inmensos de silencio, explosiones y ruidos en la materia, y luego, señales auditivas en el mundo animal, hasta un lenguaje animal del que hoy tenemos mayor noticia, todo ese tiempo, apuntaba al alumbramiento de la palabra humana.

Con la palabra, el ser humano nombra las cosas haciéndolas significativas para él y sus semejantes, y con la palabra responde a las interpelaciones que le llegan de la creación y de sus semejantes. El niño antes de comenzar a hablar ha pasado mucho tiempo escuchando hablar. Sus primeras palabras responden a la palabra que le ha precedido. El ser humano es un “oyente de la palabra”, según lo definió Rahner, en el sentido de que vive a la escucha de una palabra que le aporte sentido y le dé luz y vida, para saber a qué atenerse en el mundo. No cualquier palabra, ni menos la palabrería, dimes o diretes, palabras que el viento se las lleva, aunque a veces pueden hacer daño.

No hace mucho, para nuestros abuelos, la palabra dada era de obligado cumplimiento, la palabra pesaba, valía, sabías a qué atenerte en las relaciones entre personas. Ahora se ha desvirtuado tanto la palabra que hasta da pereza a la gente servirse de las palabras y va sustituyéndolas por emoticones y lenguajes icónicos, por lo demás, muy comunes, que en dos días dejan de ser originales. Con el lenguaje de la palabra, que permite precisiones, matices, explicaciones, sugerencias, etc., llegamos a la singularidad de las personas, éstas expresan mejor su intimidad y saben en qué relación se sitúan o a qué se comprometen.

Con la revelación de Dios haciéndose palabra humana a lo largo de tantos testimonios de los que se compone la Biblia, y sobre todo haciéndose persona humana en Jesús, en quien halla el hombre la Palabra llena de sentido, el hombre aprende a situarse en el mundo, ante Dios y sus semejantes. La Palabra de Dios que es Jesús, en su persona y su vida entera, revela a Dios y revela el ser humano al hombre mismo. Desde Jesús, la Palabra de Dios no ha dejado de dar fruto, de crear vida, de rescatar vidas y de dar sentido a la vida en el cosmos. Aunque es cierto, también, que la parábola del sembrador del evangelio de hoy nos dice que no siempre se da el mismo fruto, o que en algunos puede no dar fruto y hasta echarse a perder la palabra de vida.

Pero no olvidemos el sentido original de esta parábola creada por Jesús, que es la magnanimidad de la Palabra de Dios, que se ha pronunciado y resuena para todos y que interpela a todos, como hacía Jesús. Cierto, cuando salió el sembrador a sembrar no le importaba tanto la rentabilidad, sino que alcanzase a todos, por eso esparce su semilla por doquier, por caminos, terrenos pedregosos, entre zarzas y espinos, y también en tierra buena. La parábola habla de la Palabra de sentido y fecundidad de vida que busca alcanzar a todos. Así es Dios, y de este modo nos interpela a los creyentes para que no olvidemos a los destinatarios de la Palabra que se nos ha confiado, y no dejemos de creer en su fecundidad.

En este último sentido de la magnanimidad y fecundidad de Dios y del Evangelio de Jesús, adjunto el comentario de Pagola a la parábola:

La fuerza oculta del evangelio (José Antonio Pagola)

La parábola del sembrador es una invitación a la esperanza. La siembra del evangelio, muchas veces inútil por diversas contrariedades y oposiciones, tiene una fuerza incontenible. A pesar de todos los obstáculos y dificultades, y aun con resultados muy diversos, la siembra termina en cosecha fecunda que hace olvidar otros fracasos.

No hemos de perder la confianza a causa de la aparente impotencia del reino de Dios. Siempre parece que «la causa de Dios» está en decadencia y que el evangelio es algo insignificante y sin futuro. Y sin embargo no es así. El evangelio no es una moral ni una política, ni siquiera una religión con mayor o menor porvenir. El evangelio es la fuerza salvadora de Dios «sembrada» por Jesús en el corazón del mundo y de la vida de los hombres.

Empujados por el sensacionalismo de los actuales medios de comunicación, parece que solo tenemos ojos para ver el mal. Y ya no sabemos adivinar esa fuerza de vida que se halla oculta bajo las apariencias más desalentadoras.

Si pudiéramos observar el interior de las vidas, nos sorprendería encontrar tanta bondad, entrega, sacrificio, generosidad y amor verdadero. Hay violencia y sangre en el mundo, pero crece en muchos el anhelo de una verdadera paz. Se impone el consumismo egoísta en nuestra sociedad, pero son bastantes los que descubren el gozo de una vida sencilla y compartida. La indiferencia parece haber apagado la religión, pero en no pocas personas se despierta la nostalgia de Dios y la necesidad de la plegaria.

La energía transformadora del evangelio está ahí trabajando a la humanidad. La sed de justicia y de amor seguirá creciendo. La siembra de Jesús no terminará en fracaso. Lo que se nos pide es acoger la semilla. ¿No descubrimos en nosotros mismos esa fuerza que no proviene de nosotros y que nos invita sin cesar a crecer, a ser más humanos, a transformar nuestra vida, a tejer relaciones nuevas entre las personas, a vivir con más transparencia, a abrirnos con más verdad a Dios?

Colofón

Para acabar, un texto que nos invita a vivir como contemplativos en el mundo bajo la claridad de la Palabra del Verbo encarnado:

"El contemplativo es un ser que vive bajo el resplandor de la faz de Jesucristo, que penetra en el misterio de Dios impulsado no por la luz que proyecta el pensamiento humano sino por la claridad que produce la Palabra del Verbo encarnado" (Santa Isabel de la Trinidad).

J.V.T.

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Imagen: Jesús Cristo, Manuel Panselinos (s. XIII-XIV). Iglesia del Protaton, Karyés (Monte Athos), Grecia.

 

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