Caminando sobre el agua
En el evangelio de hoy, la gente que le seguía ha compartido una comida fraterna. Jesús se dispone a despedirse de ellos y les dice a sus discípulos que pueden irse en barca a la otra orilla y esperarle allí; él irá probablemente mañana. Mientras tanto, va saludando y bendiciendo a la gente al despedirles. Sonrisas, gratitud, brillo en los ojos, alguna lágrima que apunta. Al acabar, se queda Jesús un rato sólo en la noche, en la intimidad con el Padre. Comparte todos los días con Él ratos de oración en comunión de Espíritu. Se le ha hecho tarde, y ya se ha armado una tormenta, vientos fuertes sobre el lago, piensa en sus discípulos y la barca, y acude en su socorro. Todo normal y sencillo y, sin embargo, mucha ternura de amor hasta aquí.
El relato cambia y se hace maravilloso. El Hijo del Hombre camina sobre las aguas hacia la barca de sus discípulos. No, no es posible, al hombre no le es posible caminar sobre las aguas. Bertold Brecht en 1970 ironizaba sobre las imposibilidades del hombre: “Como el hombre no es un ave -dijo el obispo a la gente- ¡nunca el hombre volará!”. De modo semejante, ironizaba yo en un artículo de 1985 que el hombre no podía caminar sobre el agua, como bien sabía la tecnología, que diseñaba barcos para ayudarle a navegar sobre las aguas, o aviones para volar. ¿Nos plegaremos ante estas imposibilidades técnicas? Si es posible o no, no lo sé. Si me habláis de lo que “sé”, lo que sé es que me hundo o me caigo a tierra. Pero no todo en la vida pertenece al “saber”, la vida humana es más que lo que sabemos sobre la vida humana.
El relato evangélico no me habla de cuestiones técnicas, me habla de “lo que puede ser” lo humano, redimido. Todo había sido tan sencillo con Jesús, cosas cotidianas de una tarde con gente amiga, compartiendo una merienda con gente humilde encantada con Jesús, y ahora, ante sus discípulos, se va revelando una “presencia”, un “yo soy” que trasciende la escena. «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!»
Los vientos y el mar obedecen al Hijo de Dios. ¿Dios? ¿hombre? Todo está por ver. Aquí no se decide. El relato lo decidirá ya cuando más tarde se compuso, después de la Resurrección de Jesús: «Realmente eres Hijo de Dios.» En aquella noche huracanada de hace años Jesús impuso su calma a los discípulos. Estos guardarían ciertos recuerdos nebulosos pero ciertos. En esos recuerdos eran centrales el lago de Galilea o de Tiberíades, el tiempo pasado con Jesús y las muchedumbres en las orillas y con ellos en el lago, normalmente eran sus aguas calmadas, navegaban juntos en las barcas; pero recuerdan también algunos días o noches de tormentas, ellos miraban siempre hacia Jesús, éste o dormía en la barca o acudía en su ayuda, no perdía nunca la paz, se sostenía cuando los otros zozobraban, e inspiraba calma; una cosa pedía siempre: la fe; y, entonces, no se sabía aún el alcance de esa fe y entrega que pedía.
La fe y el amor ven la maravilla de las maravillas en la vida cotidiana, donde los otros no las ven. Así, es cierto que la fe mueve montañas, hace caminar sobre las aguas, hace levantar el vuelo, hace posible lo que a ojos vista es imposible. No son chaladuras, ni magia, ni voluntad de poder o de técnica. Es contemplación, es vuelta a la paz interior día a día, es resistir cuando otros claudican, es admiración (quién es este, como es posible…), es adoración.
La
presencia se hace sentir, pero sin apabullar como el viento huracanado, ni el
terremoto ni el fuego. Basta una brisa suave que acaricia en el silencio, basta
una palabra creadora que da vida, basta un amor que alcanza a darte paz, basta
un saberte perdonado que te levanta. Y los milagros se producen en lo cotidiano
de la vida. El profeta Elías lo sintió así de Dios; los discípulos lo
aprendieron a sentir así de su maestro Jesús: no temáis, soy yo, yo soy… y la
presencia les envolvía restauradoramente, y nos envuelve ahora renovándonos,
haciéndonos nuevos, desde la paz recobrada.
J.V.T
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Imagen: Jesús salva a Pedro en el lago. Marko Ivan Rupnik.
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