“¿Qué más podía hacer yo por mi viña que no hubiera hecho?”


(Is 5,1-7; Sal 79, 9-20; Flp 4,6-9; Mt 21,33-43):

La “viña” comenzó siendo la casa de Israel, luego, el nuevo pueblo de Dios convocado por Jesús, que llamamos Iglesia, pueblo de pueblos, para acabar representando a toda la humanidad en el tiempo y en el espacio. “Dios del universo, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate, ven a visitar tu viña [todas estas tus criaturas humanas]. Cuida la cepa que tu diestra plantó y a los hijos de los hombres que tú has fortalecido…”.

Cuando Dios pregunta, ¿qué más podía hacer yo por mi viña que no hubiera hecho?, es porque recibe la queja del hombre que le protesta no haber hecho bastante por él. ¡Cuántas veces hemos esperado más de Dios! Cada oración de petición de ayuda es esa espera. Podías, o puedes, hacer más. Y Dios, a su vez, hoy nos responde con su pregunta: ¿y qué más podía hacer por vosotros si respetaba vuestra libertad y vuestra condición de criaturas? No os podía forzar; no debía parar el mundo; aún espero mucho de mis amadas criaturas humanas. No me impuse; lo hice todo menos forzar vuestra libertad; ni fastidiar a otros por beneficiar a algunos. Os ayudé con los profetas y su luz, os ayudé de mil otros modos, y a vosotros os parecía poco o, incluso, rechazasteis a mis enviados

Por fin, cuando nos envió a su Hijo, Jesús, no aprovechamos esta ayuda inmensa; con Jesús debimos entender lo que Dios quería de nosotros y no nos enteramos, si no es que, como algunos hicieron, lo rechazamos. ¿Qué más podía hacer Dios que no haya hecho, si debía respetar nuestra libertad y no destruirnos? ¿Quién tiene más derecho a quejarse, el hombre o Dios? Ay, ¡pregunta insidiosa que no nos hace bien! El Dios vivo que nos participa la vida y una vida en conciencia y libertad, nos está dando con ello derecho a quejarnos ante Él, recordemos el relato bíblico de Job. Pero después del tiempo de nuestra queja, viene otro tiempo para acoger la suya: "¿Qué más podía hacer yo por vosotros que no haya hecho?",

Recuerdo un relato de los judíos jasidim que me llegó por Elie Wiesel que transcribo:

«“Hagamos un cambio, sé hombre, y yo seré Dios. Sólo por un segundo”. Dios sonrió con ternura y preguntó al hombre: “‘¿No te da miedo?”. “No, contestó el hombre, ¿y a ti?”. “A mí, sí”, dijo Dios. Sin embargo, accedió a su deseo. Se hizo hombre. El hombre tomó el lugar de Dios e hizo uso inmediatamente de su omnipotencia: se negó a volver a su condición anterior. Así pues, ni Dios ni el hombre eran lo que parecían ser. Pasaron los años, los siglos, eternidades, tal vez.

Y de pronto, estalló el drama. El pasado para el hombre [por la promesa incumplida por el hombre, que había dicho: “sólo por un segundo”], y el presente para Dios, [por la impotencia del amor de Dios en la finitud], eran cargas demasiado pesadas. Puesto que la liberación de uno estaba ligada a la del otro, reanudaron el diálogo, cuyos ecos nos llegan de noche, cargados de odio, de remordimiento y, sobre todo, de una nostalgia infinita».

El misterio del amor de Dios es que, de algún modo, se haya atado las manos, al haber creado al ser humano en su libertad. Hay que volver a entablar un diálogo con Él, concluye la parábola de los jasidim. Aunque sea sintiéndonos mal o dolidos por aquello que nos disgusta o rebela, deberemos volver a hablar con Dios. No; no somos dios; y aquel que es Dios de verdad quiso reconciliarse el mundo consigo cuando nos regaló su corazón, su amado, su Hijo humanado, Jesús, a nuestro lado, identificado con nosotros en lo que nos duele o en lo que nos hace capaces de gozo; ahí, a nuestro lado.

Podemos seguir refunfuñando de espaldas o rebelándonos de cara, pero si pasamos de niños o adolescentes a “adultos” en la fe, veremos que es más sensato volver a hablarle a Dios, acoger un diálogo íntimo, el que nos salga con Jesús a nuestro lado, tratar de reconciliarnos con Él y orientar de nuevo nuestra vida para que dé los frutos deseados por nosotros y por Dios.

A eso nos invita hoy San Pablo:

“Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y pensamientos en Cristo Jesús".

J.V.T.

---------------------------------------------------------------------
Imagen: Los viñadores asesinos, ilustración de Eugène Burnand del libros Les Paraboles, 1908.

Comentarios