Un día en la vida de Jesús
Hoy Marcos 1,29-39, al
comienzo de sus relatos sobre la vida de Jesús, otro justo, al final víctima
inocente, nos trae lo que sería un día ordinario en la vida de Jesús, pero aquí
lo hace en forma de síntesis esencial de la misión de Jesús. Breve, pero denso
en significados.
Jesús, habría ido a la sinagoga por la mañana y al mediodía iría a casa, en Cafarnaúm, que era la casa
de Pedro; y su suegra estaba acostada con fiebre. Se lo dicen a Jesús, se
acerca, la toma de la mano, la levanta y se cura. Comieron y al caer de la
tarde le traen muchos enfermos a los que cura. Descansa en la noche. Se levanta
de madrugada aún sin amanecer, y sale a un lugar solitario para orar. Los
discípulos se levantan y le buscan, le encuentran y le dice que le esperan en
el pueblo para seguir curando. Jesús responde: “Vámonos a otra parte, a las
aldeas cercanas, para predicar también allí; que para esto he salido”. Así
recorría Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.
Las tres lecturas de
este domingo V del Tiempo Ordinario, en el contexto histórico que estamos
viviendo nos hablan de nuestra sensibilidad con los enfermos, con los Job de
nuestro tiempo, situación de postración alargada que llega a hacerse
desesperante para el enfermo y cuidadores. Habiendo mostrado Jesús el amor de
Dios que sana la enfermedad, la gente no cesa de buscarle a todas horas, en
casa, al amanecer, al atardecer, en las sinagogas, por los caminos, para que
les alivie de sus males. La carta de Pablo hoy nos anima a hacernos débiles con
los débiles, siendo libres como somos nos hacemos siervos, servidores de todos,
nos hacemos todo a todos, forma bella de llamarnos a empatizar con la
fragilidad humana que en estos meses se revela de modo muy patente. Es normal
que las homilías de este domingo se orienten hacia este tema, esta llamada a
ser sensibles a los que enferman y a sus cuidadores para que aportemos nosotros
el alivio y responsabilidad que puedan ayudar.
Pero, tanto en el
evangelio de Marcos como en Pablo, tenemos también un punto, en que se da un
giro al mensaje más evidente, para que no se nos pierda una perspectiva más
profunda de toda la misión de Jesús y la nuestra. Cuando Pablo nos dice: “Y
todo esto lo hago por causa del Evangelio”, o sea, por causa de “la Buena
Noticia de Dios” y su amor manifestado en su Hijo Jesús, y derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado. De igual modo, todo
el relato de Marcos que proclamamos hoy, desemboca en ese: “Vámonos a otra
parte…” a anunciar el reinado de Dios, que “para esto he salido”.
Se ha llamado a Jesús “predicador
itinerante”, siempre en misión, sin hacer de su poder en palabras y sanaciones
un oficio del que vivir, asentándose en un lugar para su acomodo y trabajo. ¡Ese
estar siempre en salida! Salió de la comunión eterna de Dios para encarnarse en
nuestra historia, siendo y viviendo como uno de nosotros. Salió de Nazaret para
encontrarse con el movimiento bautismal de conversión de Israel, en las aguas
del Jordán, evocando el nuevo éxodo para una nueva y definitiva alianza, la que
venía a reiniciar Dios con los hombres, un nuevo comienzo como una nueva
creación. Salió Jesús del Jordán y el desierto de Judea para ir a la Galilea de
los gentiles, donde anunciar el reinado de Dios que se hacía presente ya en Él,
en su persona, palabras y obras. Mientras tanto, hoy sale de Cafarnaúm hacia
las otras aldeas y pueblos que también para ellos ha venido, “ha salido”.
Por último, aún saldrá
de Galilea para subir a Jerusalén, en un provocador cuerpo a cuerpo con la
religiosidad del templo y los sacrificios, que no dejaban ver que por encima de
todo Dios era amor y reconciliación. Allí, en Jerusalén, en el Gólgota o
Calvario, vivirá su último y definitivo éxodo o “salida” al Padre, dejándonos
con su Espíritu que empuja a la salida, para que sus discípulos salieran en
todas las direcciones a hacer discípulos de todos los pueblos.
Esta dinámica de
salida, no muy distinta de la dinámica kenótica o de abajamiento, el
hacerse débil con los débiles o último con los últimos, es la que Jesús nos
revela esencial para la vida humana en plenitud, humanizarse humanizando,
elevarse elevando al otro. Es, también, a lo que el papa Francisco está
invitando a toda la Iglesia.
Pero atención. En este relato paradigmático de un día en la vida de Jesús, contemplamos también como sabe “retirarse” a la soledad e intimidad de la oración, a la intimidad con el Padre. ¡Tiempo, pues, para la salida, tiempo para el retirarse en oración! Tiempo para la palabra, tiempo para el silencio. Tiempo para los signos de sanación, tiempo para la espera y la esperanza. Tiempo y tiempos. ¡Armonía del tiempo de Dios y de los hombres, a hacer nuestra en los días ordinarios de nuestra vida!
J.V.T.
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Imagen: El Salvador, el Greco. Sacristía de la catedral de Toledo.
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