Un día en la vida de Jesús

                                      

Recuerdo una novela de Aleksandr Solzhenitsyn, Un día en la vida de Iván Denisovich, en que solo un día de un deportado inocente a los campos de trabajo, en la Siberia de la URSS, daba para toda una novela. Luego vendría su gran obra: Archipiélago Gulag, que en Occidente acabaría de destruir la utopía soviética. Un día en la vida de la víctima inocente era y es mucho.

Hoy Marcos 1,29-39, al comienzo de sus relatos sobre la vida de Jesús, otro justo, al final víctima inocente, nos trae lo que sería un día ordinario en la vida de Jesús, pero aquí lo hace en forma de síntesis esencial de la misión de Jesús. Breve, pero denso en significados.

Jesús, habría ido a la sinagoga por la mañana y al mediodía iría a casa, en Cafarnaúm, que era la casa de Pedro; y su suegra estaba acostada con fiebre. Se lo dicen a Jesús, se acerca, la toma de la mano, la levanta y se cura. Comieron y al caer de la tarde le traen muchos enfermos a los que cura. Descansa en la noche. Se levanta de madrugada aún sin amanecer, y sale a un lugar solitario para orar. Los discípulos se levantan y le buscan, le encuentran y le dice que le esperan en el pueblo para seguir curando. Jesús responde: “Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para esto he salido”. Así recorría Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.

Las tres lecturas de este domingo V del Tiempo Ordinario, en el contexto histórico que estamos viviendo nos hablan de nuestra sensibilidad con los enfermos, con los Job de nuestro tiempo, situación de postración alargada que llega a hacerse desesperante para el enfermo y cuidadores. Habiendo mostrado Jesús el amor de Dios que sana la enfermedad, la gente no cesa de buscarle a todas horas, en casa, al amanecer, al atardecer, en las sinagogas, por los caminos, para que les alivie de sus males. La carta de Pablo hoy nos anima a hacernos débiles con los débiles, siendo libres como somos nos hacemos siervos, servidores de todos, nos hacemos todo a todos, forma bella de llamarnos a empatizar con la fragilidad humana que en estos meses se revela de modo muy patente. Es normal que las homilías de este domingo se orienten hacia este tema, esta llamada a ser sensibles a los que enferman y a sus cuidadores para que aportemos nosotros el alivio y responsabilidad que puedan ayudar.

Pero, tanto en el evangelio de Marcos como en Pablo, tenemos también un punto, en que se da un giro al mensaje más evidente, para que no se nos pierda una perspectiva más profunda de toda la misión de Jesús y la nuestra. Cuando Pablo nos dice: “Y todo esto lo hago por causa del Evangelio”, o sea, por causa de “la Buena Noticia de Dios” y su amor manifestado en su Hijo Jesús, y derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que se nos ha dado. De igual modo, todo el relato de Marcos que proclamamos hoy, desemboca en ese: “Vámonos a otra parte…” a anunciar el reinado de Dios, que “para esto he salido”.

Se ha llamado a Jesús “predicador itinerante”, siempre en misión, sin hacer de su poder en palabras y sanaciones un oficio del que vivir, asentándose en un lugar para su acomodo y trabajo. ¡Ese estar siempre en salida! Salió de la comunión eterna de Dios para encarnarse en nuestra historia, siendo y viviendo como uno de nosotros. Salió de Nazaret para encontrarse con el movimiento bautismal de conversión de Israel, en las aguas del Jordán, evocando el nuevo éxodo para una nueva y definitiva alianza, la que venía a reiniciar Dios con los hombres, un nuevo comienzo como una nueva creación. Salió Jesús del Jordán y el desierto de Judea para ir a la Galilea de los gentiles, donde anunciar el reinado de Dios que se hacía presente ya en Él, en su persona, palabras y obras. Mientras tanto, hoy sale de Cafarnaúm hacia las otras aldeas y pueblos que también para ellos ha venido, “ha salido”.

Por último, aún saldrá de Galilea para subir a Jerusalén, en un provocador cuerpo a cuerpo con la religiosidad del templo y los sacrificios, que no dejaban ver que por encima de todo Dios era amor y reconciliación. Allí, en Jerusalén, en el Gólgota o Calvario, vivirá su último y definitivo éxodo o “salida” al Padre, dejándonos con su Espíritu que empuja a la salida, para que sus discípulos salieran en todas las direcciones a hacer discípulos de todos los pueblos.

Esta dinámica de salida, no muy distinta de la dinámica kenótica o de abajamiento, el hacerse débil con los débiles o último con los últimos, es la que Jesús nos revela esencial para la vida humana en plenitud, humanizarse humanizando, elevarse elevando al otro. Es, también, a lo que el papa Francisco está invitando a toda la Iglesia.

Pero atención. En este relato paradigmático de un día en la vida de Jesús, contemplamos también como sabe “retirarse” a la soledad e intimidad de la oración, a la intimidad con el Padre. ¡Tiempo, pues, para la salida, tiempo para el retirarse en oración! Tiempo para la palabra, tiempo para el silencio. Tiempo para los signos de sanación, tiempo para la espera y la esperanza. Tiempo y tiempos. ¡Armonía del tiempo de Dios y de los hombres, a hacer nuestra en los días ordinarios de nuestra vida!

J.V.T.

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Imagen: El Salvador, el Greco. Sacristía de la catedral de Toledo.

 

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