La alegría esté con vosotros

 
(Lc 24,35-48)

“Renegasteis del Santo y del Justo y pedisteis el indulto de un asesino; matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos”. 

Los relatos que contaban sus discípulos acerca de Jesús resucitado llegan a Lucas, y éste los redacta en su griego culto, en su evangelio y en el libro de los hechos de los apóstoles. En su forma de narrarlos, él reelabora nuevos detalles para hablarnos de tres realidades fundamentales: 

1) Jesús pasó haciendo el bien y actuó el reinar de Dios entre los hombres. Era justo e inocente a pesar de que le condenaran a la cruz: era y es el Santo de Dios, el Mesías e Hijo de Dios. 

2) Los sufrimientos que padeció son la consecuencia del rechazo de los hombres al amor desconcertante de Dios. Dios contaba con dichos sufrimientos, o sea, con la posibilidad de dicho rechazo a muerte, porque con la libertad nos había dado la posibilidad de que los seres humanos le ofreciéramos resistencia a su amor sin límites. Nosotros preferimos límites o reglas, sobre todo, las que nosotros imponemos. Para comprender este amor tan grande de Dios, dispuesto al rechazo mortal, Dios nos preparó al anunciar antes, en salmos y en profetas, el sufrimiento del Justo o del Siervo de Dios. Ese es el significado de la expresión "era necesario que el Mesías padeciera" . 

3) El realismo de la carne del Resucitado, subrayado por Lucas, nos revela el valor eterno de lo aquí vivido, padecido y amado, en nuestra carne, en nuestra vida. La expresión de que el Resucitado comió con ellos no nos obliga a imaginar un metabolismo biológico de alimentos materiales, sino que sólo es un modo plástico de manifestar dicho realismo, el de la auténtica resurrección de la carne, promesa de la nuestra, el valor eterno de lo aquí vivido. No cabe duda de que la realidad de la resurrección será como una recreación de nuestra vida, seremos nosotros, personalmente identificables como lo fue Jesús resucitado, pero transfigurados, un cuerpo transformado y transido del Espíritu de Jesús, que ahora ya nos habita.           

J.V.T.                                                                           

                                                                       

Imaginar es cosa del corazón. Imaginamos cuando nos enamoramos. Imagino a Jesús resucitado, verle con el corazón es verle esencialmente real, y como esto se convierte en una fuerza vital, en pasión.  

He crecido creyendo que la mente solo piensa y el corazón solo siente, que la imaginación puede confundir con fantasías e ilusiones que te apartan de la realidad, que hay que tener cuidado al hablar de lo que imaginas. He crecido viendo que encerramos al corazón en el sentimentalismo como una enfermedad coronaria que lo empequeñece; pero en él está nuestra humanidad y sensibilidad, es un órgano que piensa, y pese a que el pensamiento del corazón no se considera pensamiento porque no es un razonamiento. Es entendimiento y esta «psicología cardíaca» me ayuda a entender la palpitante realidad que vieron los apóstoles, juntos creyeron, juntos tomaron conciencia de lo que vivían: que Jesús formaba parte de ellos. 

En la resurrección de Jesús hay algo fundamentalmente físico más allá de las leyes de la biología, de la vida que conocemos, que el corazón no tratar de comprender. El corazón acoge, quiere amar, creer, sentir: «Que alegría vivir / sintiéndose vivido»* por el resucitado.

carminis

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*De "La voz a ti debida", Pedro Salinas.
Imagen: "Idilio primaveral", Giuseppe Pellizza da Volpedo (1868-1907).

 

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