¿De Nazaret podía salir algo nuevo?
Desde
que Jesús salió de Nazaret y comenzó a predicar el Reinado de Dios por las
aldeas y pueblos no había vuelto a su pueblo. Por fin, un día vuelve y acude el
vecindario a escuchar a este hijo del pueblo cuya fama les ha llegado. Primero
le escuchan y se quedan asombrados. Luego se preguntan perplejos: “¿De dónde
saca todo esto? ¿Qué sabiduría es esa que le ha sido dada?” Finalmente se
escandalizan y le sacan los colores de sus orígenes sencillo e insignificante.
“¿No es este el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y
Judas y Simón? Y sus hermanas, ¿no viven aquí con nosotros?”
Nos
preguntamos: ¿Por qué los paisanos de Jesús pasan de la maravilla a la
incredulidad? Son muchos los que no soportan que uno de los suyos destaque
sobre ellos. ¡Qué sabrá este! Ya lo conocemos bien de hace tiempo. Si habla de
Dios no tiene pedigrí, no tiene títulos, no pertenece a ninguna escuela,
qué nos va a decir este. Dios es algo sagrado y su palabra es Ley y es sagrada.
Los rabinos nos las explican. Los fariseos son los celosos cumplidores de la
Ley, a ojos de todos son los justos. Los sacerdotes del Templo nos administran
el perdón con los sacrificios.
Este
no puede estar por encima de todo ello. Y se niegan al misterio de Dios que se
les comunica como amor compasivo en Jesús. Dios no puede ser así como él nos
muestra, debe ser como nosotros ya sabemos y decimos: la Ley, los que mandan,
el orden establecido, la costumbre, siempre ha sido así, siempre se ha hecho
así. Dios no puede cambiar.
¡Cuánto
nos suenan estas expresiones aún hoy! También hoy descalificamos a quienes nos
interpelan con su ejemplo o palabra porque nos cuestionan modos de ser y vivir
que no queremos cambiar y, sin embargo, no son buenos para nosotros ni para los
demás. Qué bien nos hace no saber tanto de Dios y abrirnos a su misterio y a su
voluntad manifestados en el Evangelio de Jesús. Somos débiles. Nos falta la
fortaleza de su Espíritu Santo. Pero la podemos pedir y conocer. Si nos abrimos
a la autocrítica y nos disponemos a convertirnos, podremos ir reconociendo lo
que el Espíritu de Dios nos ilumina desde nuestro interior. Para aprender, no
hay que saber tanto ni pretender controlarlo todo.
Pablo
nos dice: “La fuerza de Dios se realiza en la debilidad”. Así que se puede
gloriar de sus debilidades para que brille más la fuerza de Cristo, el Espíritu
de Cristo. En Jesús Dios parecía muy “poco Dios” y no podía ser aceptado. En
cambio, esa es la grandeza del Dios omnipotente, que pueda ser amor y pueda
amar a los sencillos y humildes y mostrar en ellos toda la potencia de su amor.
Seamos claros con nosotros mismos. No nos autoengañemos, es mejor ser
autocríticos para poder abrirnos a nuevas posibilidades, como las que abría
Jesús en la sinagoga de Nazaret.
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