El reinar de Dios y el crecimiento de las semillas

El reinado de Dios no está aquí ni allí de modo que sea localizado en un tipo de sociedad u otra. No hablamos de teocracia. El reinar de Dios es fecundo, pero trabaja con tiempos largos. No permite ser anticipado sino sólo se percibe a modo de signos. Hay muchos signos de que Dios reina y ama. Hay mucha bondad en el mundo, mayor que la maldad, solo que no es noticia ni todo el mundo la ve. Desde Jesús, se puede identificar mejor la acción de su Espíritu entre nosotros y en el mundo. El anunció y actuó el reinar de Dios entre los hombres y ya no ha cesado, continúa en acto, aunque sin gritar ni imponerse. Hay santidad que no hace ruido.

Por eso, hoy Jesús compara el reinar de Dios, su acción entre nosotros con la acción de las semillas en la tierra. Sí, porque la semilla germina y va creciendo sin casi advertirlo los hombres. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Además, se asemeja al grano de mostaza, que al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada, crece, se hace alta y echa ramas donde anidan los pájaros del cielo.

Hay un misterioso vínculo entre lo pequeño y lo alto, entre el niño y la estrella, como en Belén. A quien no viva desde lo interior, vive desde la apariencia cayendo en las engañosas promesas de lo grande. El buen padre sabe cuidar de los hijos. El cuidado de lo pequeño es un claro signo de la experiencia del Dios vivo. Lo inmensamente grande, Dios, está cerca de lo inmensamente pequeño, la pobre viuda que echa lo que tiene en las ofrendas. La persona espiritual es capaz de conmoverse tanto ante la grandiosidad de una noche estrellada como ante un insecto diminuto que se posa en el pétalo de una rosa. Las personas no espirituales están demasiado ensimismadas en el mundo o en sus cosas, aun en las religiosas, como para poder reparar en lo verdaderamente grande y en lo verdaderamente pequeño, cuyos extremos se tocan (P. d’Ors).

La “mente” racional, lógica, técnica, calculadora, organizadora, planificadora, poderosa, no atiende a lo pequeño. El “espíritu”, en cambio, sabe que lo verdaderamente grande pasa por lo pequeño. Se atribuye a San Ignacio de Loyola esta intuición, que después citó F. Hölderlin en su Hyperion: Non coerceri maximo, contineri tamen a minimo, divinum est; es decir, “no ser obligado ni doblegado por lo más grande, y ser capaz de ser contenido o encerrado en lo más pequeño, eso es lo divino”. Lo esencial parece que es invisible a los ojos de la carne; “sólo se ve bien con los ojos del corazón” (A. de Saint Éxupéry), con los ojos del amor que cree y confía. El reinar de Dios actúa en lo pequeño, como en un grano de mostaza en la tierra. ¿Aprenderemos a observar a Dios en lo pequeño?

J.V.T.

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Imagen: ilustración de "El principito" de Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944).

 

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