Los símbolos de la tempestad en el mar y la barca

La barca en el mar ha sido símbolo de la Iglesia en el mundo; y la tempestad, símbolo de los golpes y amenazas que ha sufrido y sufre la Iglesia, por culpa de sus miembros o por culpa de otros que la atacan o agreden. Viene la fiesta de San Pedro y San Pablo. El sucesor de Pedro llevaba el timonel de la barca, y todos los cristianos éramos los tripulantes de la barca. ¿Nos vale aún esta simbología de la barca y el mar?

Los antiguos percibían en las fuerzas de la naturaleza amenazantes poderes superiores a ellos que necesitaban calmar. Aún en la Biblia aparece el relato de Jonás que dice que lo echan al océano para que se calme la tempestad y no perecer el resto de tripulantes. Hoy, en cambio, leemos en el libro de Job que Dios está por encima de todos esos poderes superiores al hombre, porque es el Creador de toda la naturaleza, y es el que les puso unos límites. No hay poder absoluto en la realidad creada. Todo poder es limitado. Sólo Dios es todopoderoso.

Este atributo divino viene en ayuda del ser humano que en su libertad e inteligencia puede mucho, pero vive en medio de una naturaleza y de una historia que, muchas veces, se le vuelve en contra. En los últimos tiempos, padecemos los excesos de la explotación y dominación de la naturaleza para ganancia de dinero y poder de unos pocos, y estamos padeciendo todos sus efectos en el cambio climático y en tormentas devastadoras, que condicionan las posibilidades de vida en ciertos lugares y causan migraciones humanas. Ahora no se nos ocurre divinizar esas potencias naturales, ni menos las potencias humanas de cuantos se adueñan y explotan los recursos de la naturaleza, y condicionan la vida o la muerte de tantos pobres. Hoy, conocemos muchas causas por las que ocurren dichos fenómenos devastadores.

No obstante, nos vendría bien que todos escucharan la palabra de Dios que nos comunica la admiración de los discípulos de Jesús, asustados en la barca, cuando exclaman: «Pero, ¿quién es éste? ¡Hasta el viento y el mar le obedecen!» Si volviéramos a reconocer en fe al Dios Creador, podríamos volver a hacer un uso limitado a nuestro poder de investigación y de dominación de la naturaleza, para evitar sus amenazas y potenciar su utilidad al servicio de la familia humana, en esta casa común que es la tierra, donde sobrevivimos y hemos de aspirar a vivir de verdad, que es como fraternidad.

La barca puede seguir simbolizando a la Iglesia, pero los discípulos de Jesús no deben caer en el miedo por los padecimientos que nos toca pasar, porque con fe y conversión salimos purificados y animados a una mayor fidelidad al Evangelio en favor de la familia humana. Basta con tener fe. Más debemos sufrir por la barca de la familia humana y su viabilidad en esta casa común que es la tierra.

Es la solidaridad de la Iglesia con la humanidad concreta la que nos hace sufrir más: ¿Qué les está pasando a la humanidad? La preocupación por salvar lo humano es local, la abordamos desde nuestra realidad cercana. Pero el deseo de salvación no se circunscribe a mi entorno, ya no me puedo desentender de lo que les pase a los otros, aunque vivan en lugares muy lejanos. La emigración que no cesa, la reciente pandemia y la escasez de vacunas y medios para administrarlas en ciertos países, la disminución global de posibilidades de trabajo destinando ya a muchísimas personas humanas a la mera supervivencia, el peligro en que estamos poniendo al planeta tierra…, todo ello, nos hace tomar conciencia de que todos navegamos en la misma barca.

Y también, con la oración, despertamos a Jesús y le decimos: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?” No se trata ya sólo de la Iglesia, se trata del ser humano, aquí y en tantos lugares, son personas concretas, y ya no nos vale una solución global para todos, una utopía que se imponga a todos. Hemos de acompañar a la humanidad y unos nos salvamos mientras muchos otros caen.

No es posible una solución total que sería letal. Tan sólo nos es posible una solidaridad limitada, la autocrítica y la imaginación creadora de posibilidades de vida en nuestro entorno y más allá. Nos resulta frustrante; añoramos mayor poder para hacer justicia en la tierra. Jesús, en cambio, sigue diciéndonos hoy y aquí: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. Y nos dejó su Espíritu.

Nos quedamos meditando: ¿Tan importante será vivir desde la fe para la salvación de la humanidad? ¿Tan importante seguir rezando: “venga a nosotros tu Reino”; Ven Espíritu Santo? Sí, nos queda la fe, que es toda una vida, unida a la de Jesús, entregándonos en favor de todos los seres humanos. Nos queda el Reinado de Dios, su Espíritu, que sigue activo y fecundo aunque trabajando en lo escondido, como las semillas en la tierra. ¡Seguimos ante el misterio de vivir y morir unos por otros!

J.V.T.

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Imagen: Tormenta en el mar de Galilea (1633), Rembrandt.

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