Cuando los signos de Dios no bastan

Desde el domingo anterior, en el tiempo ordinario, entramos en unos domingos que recogen el discurso del pan de vida según el evangelio de Juan. Esta larga meditación la redactó el evangelista a propósito de una comida multitudinaria vivida como signo mesiánico, en la que todos comieron y aún sobró. “Comerán y sobrará” es la promesa de los bienes mesiánicos anunciada de muchos modos en los profetas (cf. Eliseo, Isaías…). Era el Reino de Dios que había de venir como un banquete abierto a todos, con comida suficiente para todos. La comida suficiente es un signo de la “plenitud de dones” con que Dios quiere llenar a los hombres y que se resume con la palabra Shalom, Paz. 

Cuando comienza a cumplirse esta promesa en Jesús, sólo se da “a modo de signos” que anticipan la plenitud de la promesa. Pero estos signos o milagros los cristianos creemos que fueron reales y que son reales todavía en nuestros días. Hay milagros de Dios, porque Dios quiere manifestar su amorosa solicitud para con nosotros. Pero no nos libera de todos los males posibles, porque quiere respetar nuestra libertad, y que de este modo crezcamos en nuestra propia capacidad de amar y entregar nuestra vida por los demás. Para esto os creó.

Por eso, Jesús, en los evangelios, también es crítico con la gente que si no ve milagros o prodigios no creen en la acción liberadora de Dios. Como me decía una persona transeúnte: “no hace falta que rece por mí, no sirve de nada”. Sí que sirve, para saber que Dios puede mostrar su amor benevolente con una persona con un signo de su favor. Y si no sucede el milagro, nos responde de otra forma, nos muestra su confianza en nosotros para que crezcamos y asumamos nuestra libertad y responsabilidad precisamente en esas difíciles circunstancias.

No dejan de darse en nuestro entorno signos de la bondad de Dios para con sus criaturas. En tiempos de Jesús sucedían y algunos fueron recordados en los evangelios. Al evangelista que concibió el evangelio de Juan, con siete signos le bastaron. Al final de su escrito nos dice: muchos otros signos realizó Jesús, si con estos que te he contado y el signo por antonomasia de Jesús, el crucificado resucitado, no te bastan para creer y vivir en comunión, por más que te contara, seguirías defendiéndote de Jesús como lo hicieron los Fariseos y Saduceos, que se defendieron de Él a muerte: “o él o nosotros”, pensaron y actuaron.

Cuando hoy Jesús responde a sus oyentes: la obra de Dios es que creáis en el Hijo del hombre, aún le preguntan: ¿y qué signo nos das tú para que creamos en ti? Moisés a nuestros padres les dio un signo del cielo con el maná que les llovió. Resulta ahora que quienes se acuerdan del maná son los que la víspera habrían comido del pan que bastó para todos y aún sobró. No les pareció, pues, signo suficiente, y piden un verdadero “signo del cielo”. En lo que hizo Jesús, sólo se había compartido lo poco que había y hubo para todos. Esto no se sale de la lógica humana, aunque nos asombró, y por eso hemos vuelto a buscar a Jesús. Si pudiera aún hacer un verdadero signo del cielo… Si con los signos, palabras y persona de Jesús no te bastan para comprender que Él es tu alimento para una vida en plenitud, otros más extraordinarios tampoco te bastarían.

Ahí sigue Jesús, hoy, ofreciéndose como alimento de nuestra vida, para una vida en plenitud, verdadero pan de Dios, pan de la Vida, suficiente para todos y aún para otros que no le conocen aún; totalmente insuficiente para los que no sienten hambre ni sed de verdadero amor o no lo creen posible; o también insuficiente para los que calman esa hambre con alimentos perecederos que no acaban nunca de llenar una vida. No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra de plenitud de vida y sentido que sale de la boca de Dios.

J.V.T.

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Imagen: Milagro de los panes y los peces (1620-1623), Giovanni Lanfranco. Galería Nacional de Irlanda.

 

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